sábado, 25 de julio de 2009

...HABIA UNA VEZ UN MONTE...

DESASTRE HUMANO Y ECOLOGICO

Por la deforestación, El Impenetrable se está transformando en desierto

El escenario es el de una catástrofe natural silenciada por la distancia y la indiferencia. Pero desde hace años, el monte chaqueño conocido como El Impenetrable está siendo saqueado para uso intensivo en agricultura. Como los suelos no son aptos, en un par de campañas se agotan sus recursos y queda sólo arena. PERFIL estuvo ahí y cuenta lo que vio.

Por martin de ambrosio

Arenal. El productor L. Dellamea muestra cómo quedó el suelo en un campo vecino.

En ciertas zonas de lo que fue El Impenetrable hoy podría filmarse Lawrence de Arabia. De recorrida por el Chaco, PERFIL pudo comprobar que ese espeso monte nativo, antes plagado de árboles y animales, ya no hace honor a su nombre. En su reemplazo se pueden observar campos devastados por las topadoras y el fuego, sembradíos de soja. Y, lo peor de todo, desiertos: inmensos arenales en los que no puede crecer nada y el viento vuela a su antojo.

No es casualidad. Esos tres paisajes que sustituyen al bosque nativo son tres estadios que aparecen como consecuencia directa de la desprejuiciada actividad humana que, primero, elimina los árboles añosos (algarrobos, quebrachos, chañares) y después quema los restos para luego sembrar con soja u otra semilla transgénica. El problema es que son suelos que durante siglos albergaron al monte y que no están preparados químicamente para sostener cultivos.

“El 70% de los suelos chaqueños no son aptos para la agricultura, por eso el nuestro va a ser pronto el primer ecosistema argentino en colapsar”, señaló Rolando Núñez, del Centro de Estudios e Investigación Social Nelson Mandela, con sede en Resistencia. “El Impenetrable quedó reducido a islas, una gran región central de bosque y después fragmentos aislados”, detalló Luis Dellamea, un productor agrícola de la zona de Pampa del Infierno, pueblo ubicado a unos pocos kilómetros de allí.

Metamorfosis. Los bosques nativos de la zona sumaban 8,5 millones de hectáreas hace casi un siglo; hoy se estima que ese número apenas si llega a 3,9 millones de hectáreas. Con tendencia a seguir restando. El ataque al ecosistema es, claro, también un ataque a las personas que viven en esa zona desde hace años (especialmente los indígenas, pero no sólo ellos), aunque esto pase inadvertido detrás de los números de los bosques arrasados.

Lo cierto es que impresiona el camino entre la capital provincial y Pampa del Infierno. Un desprevenido podría creer que transita por los sectores más verdes de la llanura pampeana: el paisaje es similar, con plantaciones, silos y empresas semilleras. La diferencia –no fácil de detectar para el ojo ingenuo– es la extrema fragilidad del suelo; literalmente, es volátil. “Estamos haciendo el proceso inverso al que hizo La Pampa, que con la constancia de los pioneros logró transformar las dunas en campo”, agregó Dellamea. “Nosotros, en cambio, vamos del campo a las dunas”, dijo.

Dellamea conoce el asunto de primera mano. Posee unas 2.500 hectáreas de las cuales usa aproximadamente un tercio para producción y el resto lo dejó bosque. El tema es que sus vecinos no tienen los mismos pruritos y explotaron la tierra hasta dejarla yerma, y ahora lo invade el desierto.

“Tengo más de medio metro de duna y cuando soplan vientos no se puede vivir. A la estancia le puse ‘Llacta sumaj’, que quiere decir ‘Lugar lindo’ en quechua, pero parece que voy a tener que cambiarlo y ponerle ‘El arenal’”, bromeó. Después se puso muy serio y remató: “Chaco va a un futuro sin árboles y de desierto”.

Dellamea no se opone tajantemente a la producción, ni a los transgénicos y ni siquiera a un desmonte controlado. Pero pide que el avance de la frontera agrícola se dé en el marco de una planificación que impida desastres ecológicos y humanos como los que ya se están viendo.

Voces de la tierra. “Desde nuestra infancia vivimos acá, y es una lástima lo que están haciendo”, dijeron. Y enumeraron: “Cambiaron mucho las lluvias, y ahora caen piedras, algo que nunca antes había pasado; llueve mucho en un lugar y 200 metros más allá, no pasa nada. No quedan tantos animales como antes tampoco, y aparecieron enfermedades que no se daban. Cuando queman el monte, además, nos inundan de humo y cenizas”. Quienes hablaron con este diario son Chala Maldonado y Cacho Sajben, modestos productores de la zona de Tres isletas, puerta de entrada a El Impenetrable propiamente dicho.

Ellos le dedican un buen párrafo al glifosato, el herbicida con el que se rocía a la soja. “Es un veneno total, con un olor hediondo. Pasan con el avión y la arrojan desde el aire y no les importa si hay personas cerca o no; hubo vacas envenenadas y mató al maíz común. A nuestros vecinos así le mataron varios animales y hasta se les quemaron hectáreas de maíz”, se lamentaron.

Sajben y Maldonado, nietos de inmigrantes checos, tienen una conciencia ecológica natural, nacida de los problemas del cambio del paisaje. Y ven cómo estas modificaciones hicieron cambiar la actividad de muchos.

“Tres isletas ahora está lleno de quioscos porque la gente vendió sus campos y se vino al pueblo; hace diez años había poquísimos y ahora hay tres por cuadra. Uno de nuestros vecinos, sin ir más lejos, vendió el campo y se fundió. Y allí tenía recursos naturales para varias generaciones”, señalaron quienes oficiaron de guías de PERFIL (en la edición de mañana, se abordará el tema de la Ley de Bosques, trabada en el Senado).

Más allá de las limitaciones que tienen –se trasladan en motocicletas–, Sajben y Maldonado están empecinados en salvar lo que queda del paisaje de su niñez y por eso emprenden acciones directas contra las topadoras o recolectan firmas en la plaza para frenar el desmonte. Y se lamentan: “Si hubiéramos empezado antes, tal vez habríamos podido salvar más bosques.”